De niño siempre me llamó mucho la
atención la arqueología y la paleontología (solía leer todo lo que podía sobre este
tema y sobre todo ver fotos de cuanto fósil podía). Esto me ha
servido para hacer música. Les comparto un poco lo que pienso.
La sensación que experimentan los paleontólogos al darle luz a un fósil que ha estado escondido, inexistente a nuestra vista y esperando decir su historia es indescriptible. Imagínate abrir un pedazo de roca y encontrar un pequeño reptil de 10 millones de años y tenerlo ahí, en tus manos. Los científicos luego traducen esos residuos de lo que fue un animal para darle vida: tuvo plumas o pelo, trepaba árboles o se arrastraba, incluso pueden decir de que se alimentaba (dentadura), a que especie pertenecía y si era hembra o macho. De alguna manera, ese fósil cobra vida y significado para nosotros gracias a la labor de investigación que realizan.
En mis clases maestras, frecuentemente hablo de esto y lo comparo con la labor del intérprete. Por ejemplo, una partitura de Bach es un fósil de lo que fue esa música siglos atrás, y también nos dice sobre el compositor (que ya no existe, y la partitura es de alguna manera un fósil de su ser). Cuando te encuentras al frente de una partitura, tu labor es revelar al mundo lo que contiene: darle vida, traducir esos puntos y palitos negros en algo orgánico y así recreas ese fósil - que fue concebido tanto tiempo atrás - con tus propias manos (o voz).
La sensación que debes experimentar al darle vida a cada obra que tocas debe ser igual de asombrosa, igual de indescriptible como la que sienten los paleontólogos, a la par con la gran responsabilidad que involucra traducir al mundo actual lo que encierra cada partitura. Sin excepción.
Y cuando veo fotos como el famoso fósil de "Ida" (en la foto de arriba), nunca dejo de preguntarme: ¿qué ruidos hacía para comunicarse? ¿Qué cantos y sonidos emitían todos esos fósiles cuando estaban vivos? Esos sonidos, lamentablemente, ya no existen en el universo, pero mi imaginación se pierde en el espacio tratando de recrearlos.
La sensación que experimentan los paleontólogos al darle luz a un fósil que ha estado escondido, inexistente a nuestra vista y esperando decir su historia es indescriptible. Imagínate abrir un pedazo de roca y encontrar un pequeño reptil de 10 millones de años y tenerlo ahí, en tus manos. Los científicos luego traducen esos residuos de lo que fue un animal para darle vida: tuvo plumas o pelo, trepaba árboles o se arrastraba, incluso pueden decir de que se alimentaba (dentadura), a que especie pertenecía y si era hembra o macho. De alguna manera, ese fósil cobra vida y significado para nosotros gracias a la labor de investigación que realizan.
En mis clases maestras, frecuentemente hablo de esto y lo comparo con la labor del intérprete. Por ejemplo, una partitura de Bach es un fósil de lo que fue esa música siglos atrás, y también nos dice sobre el compositor (que ya no existe, y la partitura es de alguna manera un fósil de su ser). Cuando te encuentras al frente de una partitura, tu labor es revelar al mundo lo que contiene: darle vida, traducir esos puntos y palitos negros en algo orgánico y así recreas ese fósil - que fue concebido tanto tiempo atrás - con tus propias manos (o voz).
La sensación que debes experimentar al darle vida a cada obra que tocas debe ser igual de asombrosa, igual de indescriptible como la que sienten los paleontólogos, a la par con la gran responsabilidad que involucra traducir al mundo actual lo que encierra cada partitura. Sin excepción.
Y cuando veo fotos como el famoso fósil de "Ida" (en la foto de arriba), nunca dejo de preguntarme: ¿qué ruidos hacía para comunicarse? ¿Qué cantos y sonidos emitían todos esos fósiles cuando estaban vivos? Esos sonidos, lamentablemente, ya no existen en el universo, pero mi imaginación se pierde en el espacio tratando de recrearlos.
Publicado el 7 de diciembre del 2012. Aquí está el texto original en Facebook.